POR PRAEDE OLIVERO FELIZ
Como casi todo el que llegó a la entrada de Barahona, me quedé en la bomba de Jabíd, allí conocí a Imare y Mingo, los hijos de Rubertina y Josesito, luego conocí a sus otros hermanos.
Casi todos tenían inclinación por la música, yo me contagié y lata de salda en mano tocaba y cantaba: “Isaías, tucurucutún, lo mataron, tucurucutún, con la punta, tucurucutún, de una aguja, tucurucutún, dijo el maco guí”
Era un niño orquesta, me daban un centavo por cada interpretación y cuando convertí mis dientes en tambor, presionando con el pulgar derecho y moviendo los demás dedos, me daban hasta dos centavos.
En mi caminar por la ciudad también cogía mis cocotazos, o era víctima del relajo, siempre por parte de adultos abusadores.
En el barrio, con más monte que casas, Vivian Freddy, pucho y Telo, los hijos de Puchungo, frente a Godito y Aida y por las noches les caían a tiros los guardias, por que pelearon en la guerra de Abril.
Se decía que el sargento Candao y un tal Marmolejos eran los que disparaban o mandaban a sus policías o militares a disparar.
Yo con otros niños, recogía los casquillos, buscaba gomas y le echaba aceite quemao, con dos palos de escoba dentro y paños blancos amarrados para recorrer el barrio voceando: ¡Qué Juan Bosch coja la silla y Balaguer la bacinilla!, fue mi primera manifestación política, aunque habían pasado las elecciones.
Para el año escolar que cursaba me negaron la inscripción en Cristo Rey dirigida por el padre Camilo, pero en el siguiente entré, pues ya tenía 7 años.
En esos meses vago, maroteaba en la Cañá de Papoy, la Cueva, Brinquito, Caballero, buscaba cangrejo en Habanero y cañas en Guayacán, Algodón en la vía férrea.
También vendí dulce que hacía mama, mani totao y de Pierina majarete, jalao, jicaco y palito latigoso. Barría dos calles con papá, la Uruguay y la Nuestra Señora del Rosario.
Le cargué agua por paga a Virgilio el ciego, Aida y Sorita, la que además me regalaba sacúdelos o ropa de la reguera. El agua era de las llaves de Tella, Nersulina, Oilia; Tototo, compañero de Caquín y Turca la de Abisinio.
Todo eso lo hice hasta los doce años, cuando había sumado el horno del carbón que en mi cabeza l llevaba a Maria Gasito, María Franjul y Mulata la de Rodríguez.
Mis preparativos para entrar al liceo cambiaron mi ritmo de vida, incursionando en los clubes, el movimiento estudiantil y a la izquierda revolucionaria, temas sobre los que volveré.
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