La historia que se escribía en la calle daba por seguro que cuando Danilo Medina dijera que no buscaría un nuevo mandato, todo el PLD como un solo cuerpo se pondría detrás de Leonel Fernández.
No habría que votarlo el 6 de octubre, sino aclamarlo, ya que los llamados alitas cortas se retirarían y dejarían el espacio a su disposición.
Como cuando la reelección de Medina.
Eso no ocurrió, y la historia de la calle no se ocupó de explicar porque lo suyo, antes que pronóstico, fue mal presagio.
La noche que habló el jefe del Estado, los sin oficio se fueron a las inmediaciones de Funglode a avistar. Una curiosidad fallida, pues no oyeron perico ripiado ni mariachis, como en los días de cumpleaños.
Al más furioso de los seguidores de Fernández se le vio como desolado, inquieto, intrigado, y cuando se le inquirió dijo que iba a consultar con la almohada.
Como el caso de un amante despechado.
La situación siguió siendo la misma, pero no la circunstancia. La antigua mesa, las mismas fichas, pero distinto dominó.
Gonzalo Castillo apareció en tercera y nadie recordaba cómo se había embasado. Las descalificaciones no han valido, y todo porque se olvida cómo fue que llegó al Comité Político.
Las fuerzas del oficialismo empiezan a compactarse, y no podrá hablarse de gonzalismo, pero sí de danilismo, que -por cierto- perdió poco en el combate preliminar.
Los oponentes al parecer fueron sorprendidos por el nuevo frente y reaccionan provocando. Llamar “generales sin tropa” a miembros del Comité Político que por años llevan al cinto su arma de reglamento, es jugar con fuego en una gasolinera.
En cada proclamación de candidatos, sea Fernández o Medina, Felucho Jiménez habla, y habló en la reunión coordinadora del pasado miércoles, y dejó claro que esos “generales sin tropa” fueron los que llevaron a la presidencia a los consabidos.
El sucesivo jefe de campaña siempre fue Francisco Javier, y también estuvo, como también fue quien presentó a Castillo ante el comité Central.
Los mismos, los de entonces.
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