Toamado de Hoy Digital Siempre que alguien habla o escribe sobre delincuencia en República Dominicana, la respuesta del Estado y sus instituciones es decir que se trata de un asunto de percepción, lo cual en algunos momentos podría ser cierto, pero sería imposible que en una realidad material y objetiva un fenómeno social sea tratado como mera percepción.
Edmund Husserl filósofo nacido en la República Checa. Conocido como el padre la fenomenología; diría: para no entrar en valoraciones de si lo que percibo es real o no, pongamos el debate de la percepción en pausa y analicemos los fenómenos que ocurren más allá de mí. Pongámoslo en contexto y demos respuestas a ellos. Tomando estas palabras prestadas a Husserl, y superada la muletilla de la percepción veamos en concreto el fenómeno de la delincuencia.
La delincuencia como fenómeno puede definirse como los hechos cometidos por un o unos individuos que, desobedeciendo el ordenamiento legal de la sociedad en que viven, causan perjuicios al resto de los ciudadanos y a los demás elementos que componen la estructura social, lacerando el interés general. Estas conductas pueden ser habituales, ocasionales, juveniles, accidentales o convencionales, entendido por algunos este fenómeno es consustancial a la condición humana, el ser social, por su mera existencia puede ser sujeto activo de una acción delictiva.
Está demostrado que el fenómeno de la violencia y la delincuencia es multifactorial y multidimensional, estrechamente relacionado a condiciones de déficit educacional, económico, cultural y laboral. Otros factores pudieran generar conatos de delincuencia como la impunidad, la falta de garantías de desarrollo social, el desmoronamiento de la institucionalidad y la inestabilidad política.
Partiendo de lo antes expuesto, es evidente que la delincuencia como fenómeno se expresa en espiral partiendo desde las capas bajas de la sociedad y que está determinada por una serie de condiciones. Su análisis y combate debe también ser abordado desde diferentes espacios, por lo cual debe existir en cualquier sociedad de que se trate, una estrategia de seguridad civil vinculada a un andamiaje de políticas públicas que garanticen su efectividad.
Para que exista seguridad civil, seguridad ciudadana dentro de los márgenes del delito espontaneo y conatos de violencias aceptables, deberá esto ser el fruto de un clima social de seguridad alimentaria, seguridad en el acceso a un sistema de salud, seguridad laboral y garantía de desarrollo humano como eje central de la vida en sociedad, esto garantizado desde el Estado como derechos fundamentales de los ciudadanos.
Sabiendo que en nuestro país no hay garantías mínimas de ejercicio de derechos como la alimentación, trabajo, educación de calidad, salud. Entonces ya tenemos un problema de origen que complica desarrollar una política de seguridad efectiva, otro gran problema es la falta de voluntad de quienes tienen el deber de velar por la seguridad, sumado la debilidad institucional.
Uno de los fenómenos que incide en los niveles de delincuencia que se registran en nuestro país, tiene que ver con un estado de anomia social. Entiéndase el resquebrajamiento de las normas sociales establecidas. Se ha subvertido el orden social pero desde el propio Estado, no hay un régimen de consecuencia a los actos delictivos y corruptos de las autoridades y eso se derrama como cascada a todas las esferas sociales.
La anomia social en el contexto dominicano implica que se ha hecho difusa la línea que separa lo bueno y lo correcto de lo malo, de lo ilícito. El desorden, el despilfarro y el saqueo al erario público profundizan la desigualdad y genera desconfianza en la funcionalidad del sistema, esto se traduce en una desolación social y en un sálvese quien pueda.
Una vez desmoralizada y desacreditadas aquellas instituciones de control social, dígase en este caso las instituciones de seguridad, persecución y corrección del delito, se disparan los índices de violencia y delincuencia. El Estado pierde toda legitimidad ante los colectivos sociales que en él han confiado la dirección de la sociedad en su conjunto.
Estamos como sociedad llegando al el punto máximo de agudización de la crisis institucional y social, que podría llevar al colapso el sistema social en que vivimos, dado la poca legitimidad institucional con que cuenta el gobierno y las instituciones estatales.
Como toda crisis, la actual es también una oportunidad de reinventarnos como sociedad, reorganizarnos y construir una nueva institucionalidad que estabilice la sociedad y marque un nuevo rumbo en la convivencia social y la existencia de un Estado fuerte y armónico con el desarrollo social y humano.
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