Con procesos diferentes, erosión en su liderazgo y salidas del poder cercanas a la presunción de desaparecer, el PRI, APRA y PRD representaron modelos de partidos construidos en el marco de anhelos democráticos de ciudadanos deseosos de articular un instrumento político exitoso. En México, la llegada al poder de Vicente Fox anunciaba un agotamiento del esquema partidario que por siete décadas controlaba el poder. Los peruanos observaron que la obra de Haya de la Torre la deformaba Alan García, dándole un carácter personalista al proyecto inicial que le condujo al triunfo en dos oportunidades. Aquí, sabemos del histórico ejercicio de morir y levantarse de un PRD que ni las torpezas de sus líderes logra desaparecer un singular sentimiento, hoy herido de muerte porque el control de las siglas descansa en manos incorrectas, afanadas por el afán de lucro y el desdén por respeto a las reglas elementales de la decencia.
En sus 79 años de vida, el Partido Revolucionario Dominicano(PRD) no había sufrido un colapso en su desarrollo institucional de tanta gravedad. Con la agravante de que, contrario a otros procesos, el ritmo actual de gestión organizacional no exhibe ningún impacto en la sociedad debido al marcado deseo de sus administradores en postergar todo intento de transparencia ciudadana porque la elemental razón de sus resabios retrata sus incapacidades a someterse a reglas propias del siglo 21.
Una ciudadanía que anhela la rendición de cuentas, desdeña exponentes de la corrupción y estimula un liderazgo conectado a las necesidades de la gente, conduce a la edificación de estructuras políticas que se parezcan a sus anhelos de cambio. Por eso, cada vez que el PRD consigue el voto de las mayorías y/o recibe el favor popular es el resultado de que, más allá de las fronteras partidarias, la gente intuye una identidad entre su agenda y el discurso de la organización. De ahí la fortaleza de una organización que parió al líder de origen popular de mayor impacto en el último siglo: José Francisco Peña Gómez.
Así como las reyertas internas sacaron del Gobierno al partido blanco en 1986, una crisis económica erosionaba las posibilidades del triunfo en el 2004, la sedición abortó un retorno al Palacio Nacional en el 2012, un nuevo factor contribuyó al descalabro del PRD en el año 2016: la imposibilidad de construir un referente de naturaleza social en condiciones de devolverle al partido su esencia y vínculos con sectores populares.
Poco estudiado, pero claramente visibilizado en el comportamiento electoral dominicano debido a que, sin un PRD anclado en los sectores marginados interpretando el deseo de cambio en capas medias e intelectuales, el sistema de partidos quedó sin un canal de transmisión efectivo. Y en esencia, ha sido el movimiento social que en su reclamo en las calles saca a los sectores militantes divorciados de una organización que, al perder su líder, quedaron en la orfandad.
El PRD post- Peña lo tomó por asalto una franja que hizo rentable su participación debido al carácter financiero de sus actuaciones, que encontraron en la organización el camino seguro para saciar su agenda de movilidad social a cambio de un sentido de militancia incapaz de desafiar al status quo.
No me gustan las generalizaciones, pero la deriva del partido era entendible desde el momento en que referentes éticos, ideológicos y con una hoja de vida incuestionable fueron sustituidos por una visión que no era “nueva” sino que acomodaba al nuevo mando. Cuando Ivelisse Prats, Hugo Tolentino, Tirso Mejía comenzaron a “incomodar”, el desplazamiento anduvo revestido de banderas “renovadoras” que al final de la jornada expresaron la pérfida agenda: establecer las bases del partido/negocio.
Hoy estamos a 20 de julio, y un PRD institucional, conectado al respeto a las reglas de decencia elemental tendría que celebrar su convención para elegir sus nuevas autoridades. Los incidentes y retardos puestos en marcha por los administradores de las siglas, lo único que demuestran es su temor por perder la fuente de su renta: el partido.
¡Así hemos retrocedido!
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